miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sexy music for a sexy girl

Todos los días toma el metro en la estación de Nuevos Ministerios. Trece minutos exactos y llegará a su destino, aeropuerto de Madrid, T1, T2, T3. Ya hace frío en la capital, pero una vez en el subsuelo, el calor húmedo y humano hace que haya que quitarse el abrigo. Todos corren como autómatas, el despistado que se quede parado se arriesga a ser tirado a la mismísima vía. Audrey espera en el andén. Lleva un sombrero borsalino a juego con su abrigo. Mira al infinito y se pone los auriculares de su I-pod, justo cuando llega el tren. Siempre intenta subir al máximo el volumen, pero nunca es lo suficiente como para no oir el estruendoso ruido de la estación. Un día más... Qué feo que es todo. Cuando para el tren, todos se empujan para lograr alcanzar un asiento. Hoy no ha habido suerte, Audrey tendrá que ir de pie. Ahora no podrá leer, así no hay quien acabe con Proust, y el viaje de trece minutos durará justo eso, quizá más.

Arranca. Vagón quinto de la línea diez. Audrey se agarra a la barra. "Ya noto que se está quemando..." Cierra los ojos y siente la música. Cuando los abre, se cruza con otra mirada "ver la sombra que proyecta cada poro de tu cuerpo". Audrey lo mira fijamente, se humedece los labios, que los tiene cortados. "Sé que deseas hacerme cosas...". En cada estación, él se va acercando un poco más. Lleva un libro en la mano, también Proust. La canción acaba y ella vuelve a ponerla "Ya noto que se está quemando". No canta, pero interpreta la canción con su cuerpo, interpreta un papel oculta por el anonimato y la droga musical, que de otra manera sería incapaz. Se quita el sombrero y agita la cabeza, sin dejar de mirar a su contrario. "tu camisa cuando notas mi aliento en tus oídos". Están muy cerca, se podrían tocar, se podrían, al menos, hablar. Pero no lo hacen, sólo se miran. A Audrey le gustaría que hubiera menos gente en ese vagón y ponerse a bailar. Se ve a sí misma girando en la barra en la que se sujeta, como si fuera una streeper. Se siente sexy, sexual. Tiene calor, se desbrocha el abrigo y un botón de más de la camisa. Él no mueve un músculo, sólo la mira, pero seguro que no sólo ve a una chica acalorada intentando mantener el equilibrio, ve la sensualidad, ve el baile, escucha la canción, ve más allá del encaje del sujetador que asoma tímidamente por la camisa de ella. Pero no hace nada. Audrey se mueve, se acerca perdiendo todo el pudor. Están tan cerca que cualquiera diría que están a punto de besarse, pero no hacen nada. "Quiero lamerte, suplicarte.." La respiración se vuelve una. "Si yo te giro para verte". Siguen sin tocarse. Quizá sea el momento más erótico de la vida de ella.

"Próxima estación, aeropuerto T1, T2, T3". Pero el hechizo no se rompe. Ella susurra un inaudible "perdón", sin dejar de mirarle y sale de del vagón, pero se queda mirando en el andén hasta que el tren deja de existir para siempre. "Navegando de tu boca, hasta el centro de la tierra.."

jueves, 6 de noviembre de 2008

El sentido.

¿Qué hacer cuando algo en lo que has puesto toda tu intención, toda tu creatividad, tu mejor saber, tu alegría, tu alma y, sobretodo, tu confianza, te traiciona? ¿En qué se puede creer después? ¿Qué hacer cuando no es la primera vez que te encuentras con la misma mentira? ¿Cómo se combate la soledad en este caso? ¿Cómo se vuelve a meter todo en una caja de embalaje? ¿Cómo haces para dar la vuelta cuando es tarde por otras circustancias? ¿Por qué uno no se da cuenta antes de las cosas? ¿Por qué me empeñaré en no escuchar?

No lo sé, no lo sé. Sólo se me ocurre una cosa, demasiado radical tal vez.

Es a mí a quien no le queda ya nada. Ni si quiera algo en lo que creer. Ni si quiera odio, sólo desazón. Cómo escuece, dios mío.

Todo es mentira.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La salida


¿Dónde está la salida? De nuevo atrapada por no haberlo pensado antes. No me di cuenta en el primer momento, pero sí en el segundo. Y aquí estoy, con menos opciones que nunca. Camino por un pasillo angosto lleno de puertas, todas con candado. Me siento traicionada, me prometieron un castillo y estoy en un corredor mugriento y húmedo. Me hablaron de aire fresco, de cambios y todo es lo mismo, peor, porque tiene el mismo nombre. Quise huir hacia adelante, me equivoqué de dirección y he vuelto a la casilla número uno, vuelta a empezar, pero esta vez con el dado trucado, jamás avanzaré seis de golpe. ¿Por qué no se abrirá una de estas malditas puertas? La verdad es que no las golpeo mucho, porque no quiero encontrarme un "ya te dije" detrás de ninguna. Así que no tengo ni siquiera derecho al pataleo, que sería una cosa vergonzosa en este caso. Sigo caminando como lo haría un sonámulo, buscando luz, la salida. Pero no, este es tu destino. Yo no creo en el destino.

Voy a hacer una cosa: Voy a cerrar los ojos y a echar a correr todo lo rápido que pueda. Dejaré que todo pase a mi alrededor, no haré nada si no correr por este pasillo. Cuando me canse seguiré un poquito más para asegurarme. Entonces abriré los ojos y seguro que encontraré la salida. Un, dos, tres, a correr. El frío se transforma en sudor, el aire sigue siendo húmedo, me cuesta respirar. Pasan cosas, oigo ruido, oigo voces, doy mi consentimiento a que pase lo que tenga que pasar sin mirar, sin detenerme. Sigo. El pelo se me pega en la cara, ya no puedo respirar por la nariz y abro la boca, se me secan los labios, me duele el costado derecho, tengo flato. Sigo. Tropiezo con algo y me caigo, prefiero no mirar qué ha sido, pero creo que me han puesto la zancadilla. La rodilla izquierda me arde y algo húmedo y caliente baja por mi pierna, creo que es sangre, por un momento pierdo la conciencia, la horientación me la dejé en la salida, pero sigo, movida por una inercia cósmica. El corazón va más rápido que mis pasos, la graganta se me ha secado por completo. Hace días que corro. No he parado ni a comer ni a dormir, sólo cuando tropiezo me permito siete segundos de descanso. Sigo. Me siento sucia, creo que la ropa está rota. Tengo que seguir, tengo que seguir aunque no pueda más. No abro los ojos, no sé lo que me rodea, lo intuyo, pero me parece monstruoso y los mantengo cerrados. Ya queda poco, lo sé.

De pronto no puedo seguir caminando. Me doy un golpe en la cabeza que me tira al suelo de nuevo. Tanteo con las manos y toco algo duro y frío, paree metal. Me llevo la mano izquierda a la cabeza como tratando de aliviar el golpe. Abro los ojos y en un primer momento no veo nada, sólo luz. Cuando me acostumbro, veo el cielo, veo vida. Sonrío, respiro hondo y camino decidida hacia la salida. Soy feliz. Entonces vuelvo a chocar con algo y me vuelvo a caer al suelo, violentamente. Rompo a llorar.

No hay salida. Veo el mundo pero no puedo salir a él. Casi lo puedo tocar, pero jamás volveré a caminar por él. Se interponen unos barrotes de hierro fuerte y oxidado. Intento pasar entre ellos llevada por la deseperación, pero no hay manera. No podré salir jamás. Grito y me doy contra los barrotes una y otra vez, una y otra vez, una y... otra vez...

No recuerdo más.

viernes, 31 de octubre de 2008

Aclaración

La mayoría de las cosas que escribo aquí son ficciones. No me pienso comer a nadie ni soy una narcisista (creo). Uso este medio para escribir relatos, no se me ocurre otra manera de hacerlo... De los útimos post, el único que era totalmente real es "Café helado y cerveza", eso sí ocurrió. Lo demás no son muestras ni tan sólo de mi estado de ánimo, son sólo relatos.

lunes, 27 de octubre de 2008

Mantis.


Debería matarte. Después de todo lo que me has hecho, debería matarte. Sin embargo, aquí estoy. Pero no te he perdonado, no se me olvida todo el mal que me hiciste. Las cosas no pasan sin más y no pienso olvidar todo ese intervalo de mi vida en el que sufrí por ti hasta más allá del dolor. Aún recuerdo cómo me dejaste, cómo me trataste como a una cualquiera, cómo me dijiste que no era yo la elegida, emponzoñando así todo ese amor que ambos decíamos sentir. Recuerdo cómo no te importó dejarme en aquella sala del aeropuerto llorando y suplicando porque no subieras a ese avión. Si me siento, revivo cada uno de esos días en que tuve que empezar una nueva vida a la fuerza, en los que cualquier cosa cotidiana era para mi un acto heróico. Recuerdo la crueldad de tus llamadas a doce mil kilómetros de distancia, cómo te enfadaba que hubiera pasado un buen día cuando tú no tenías ni idea de mis mil noches en blanco ni de mis días en negro.

Volviste. Según tú a por mí. La verdad es que me cuesta mucho creerte y eso se debe notar. Todavía me duele mirarte aunque lo haga a diario.

Pero no te he perdonado. Creo que a menudo te sigo odiando. Estoy aquí y recibirás aparentemente todo lo bueno de mí. Aparentemente. Porque todo forma parte de un plan trazado con la nocturnidad de una insomne. Lo llevaré a cabo si es que antes no muero de pena por todo aquello que ya no podrá ser. Te serviré a diario los mejores manjares según tu extraño criterio. Te entregaré mi cuerpo como jamás nadie te lo entregó, ni siquiera yo misma en aquellos días febriles. Pero no podrás saber jamás que hay en mi mente, en mi espíritu. El contenido de mi corazón creo que lo conoces, creo que ya sabes que yo soy incapaz de sentir eso que tanto me unió a ti.

Poco a poco te irás enganchando a mí como yo lo hice. Y entonces pondré en práctica mi plan. Cuando más confiado estés. Será una noche en que yo te daré todo el placer posible. Creerás flotar, te sentirás feliz y pleno. Entonces yo abriré la boca, pero no para hablar ni para preguntarte por enésima vez con vocecita dulce si me quieres. Me lo preguntarás tú a mí. Y yo te diré que sí, que te quiero, tanto que te voy a comer. Te reirás de mí como cada vez que te amenazo, pensando que jamás podría hacerte daño porque soy una pobre idiota. Sí, lo soy, pero te causo tanto morbo que no te das cuenta de nada. Te voy a comer. Mi boca se abrirá de manera descomunal, lo ensayo todos los días delante del espejo, y empezaré a comerte por los pies. Dejaré la cabeza para el final para que seas conscente de toda mi crueldad. Y en cada bocado mi corazón sufrirá la catarsis de la venganza.

Pero tú, en pleno éxtasis de juego sexual, me pedirás que siga, que no me detenga. Que lo acabe.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Ojos



Voy a escribir sobre tus ojos. Quiero escribir sobre ellos. Son verdes de otro mundo. Tienen vida propia, hablan. El resto de tu cara puede no tener expresión, pero tus ojos se ríen, se enfadan y lloran. Son fuego y son mar. Verde, amarillo, azul, gris, caleidoscópicos. Sueles mirar para abajo, hacia los pies, por vergüenza o por timidez, pero siempre están ahí, una ventana abierta a tu mente, sólo hay que saberlos leer. No necesito un análisis de ti, no necesito cartas de tarot para saber cómo eres y cómo estás. Sólo necesito mirarte fijamente. No puedes ocultar nada. Me gustan cuando son felices porque se achinan y me hacen reir a mi. Pero me encantan cuando se enfadan porque muestran pasión y queman. Sólo eres ojos. Me seducen cuando miran de frente y me da ganas de besarlos de forma lasciva, sexual. No quiero que duermas, no quiero que los cierres nunca. La tristeza los hace bellos y tiernos y me hago cruel y no te reconforto, te daño más para seguir viendo esa ternura. Llora, llora mucho que me gusta verte llorar y ver cómo cambian de color. Te ocultas detrás de enormes gafas oscuras que te dan un toque de misterio y está bien, pero hace que mi mente se vuelva loca y que camine detrás tuya para quitarte tu antifaz y tirarlo al suelo y pisotearlo para que no lo vuelvas a usar jamás. No me importa que te moleste el sol. Desde que eres miope me gustas más, porque miras sin ver, no me reconoces hasta que estoy al lado tuya y puedo perseguirte sin que te des cuenta. Enfocas abriéndolos y cerrándolos mucho. Se vuelven felinos. En la oscuridad son fosforecentes, como las vengalas de los barcos. Está todo oscuro pero sé dónde estás y tú no. No me hables, mírame.

Soy un monstruo cruel obsesionado con tus ojos. Soy un vampiro, un voayer y tú, exhibicionista.

Mejor no escribo sobre tus ojos.

Mejor escribo sobre los míos.

viernes, 17 de octubre de 2008

Café helado y cerveza

Me levanté y me hice un café. Estaba practicamente tranquila para la tensión de estos días. Mi café ardía. Entonces escuché la noticia. Comencé a tener mucho frío, pensé que hoy no habrían puesto la calefacción, y para paliarlo, le di un sorbo a mi taza. Gélido, el café estaba helado. Temblaba, tiritaba. Toqué el radiador que tengo a la izquierda y estaba funcionando. El frío era inexplicable, irracional. Ahora esto, ¿y si me buscan las vueltas a mí? Yo estoy muy segura de mi trabajo, de mi declaración. Pero parece que se busca una cabeza de turco, un chivo expiatorio que relaje a las masas. Dios mío, qué frío. Me envolví en una manta, pero el frío salía de dentro, no se calmaba. Iba a ser un día duro y debía dejar de temblar. Qué bien me hubiera venido una inmersión en una bañera con agua hirviendo.

El día fue más duro de lo que pensé al principio. Una vez en la vorágine se me pasó el frío, pero no el tembleque. Cuando llegué a la oficina todas me miraban con gesto condescendiente, cómo lo odio... Así que estuve el tiempo justo y me fui.

Estar en aquel despacho nos iba a tranquilizar. Vosotras no os procupeis, sólo sois testigos. Pero volver a recordarlo todo, hablar de ello con personas ajenas a este mundo, nos intranquilizaba. Necesitamos una cerveza. Mejor un par de gin-tonics. Nos desahogamos entre nosotras, nos contamos nuestros miedos e incluso nos pusimos a frivolizar sobre el resto del mundo.

Ha sido una noche difícil. Mil vueltas en la cama para poder dormir un poco. Mi café caliente vespertino se ha enfriado hoy también demasiado rápido. El estómago se dio la vuelta. No pasa nada, no pasa nada. Pero estate preparada, esto está lleno de prensa.

Me equivoqué de sentido en el metro, llevo un par de días que me despisto con mucha facilidad. Una vez en el vagón, no quise sentarme, aunque había sitio, aunque agarrada a la barra vertical notaba que me estaba bajando el azúcar por la tensión y por no haber podido acabar con mi café antes de que se helara.

No me conoces. Pasa tranquila, tú dominas el tema. Pero cuando dijeron mi nombre se me acercaron muchas personas sin cara a preguntarme. Yo no dije nada. En la sala tenía visión de tubo sobre todo lo que había dentro. Sé que había demasiada luz y no sabía de dónde venía. Sí, me ratifico en todo. No, no había problemas. Y poco más. Muy pocas preguntas para toda la gente que había ahí dentro. Y yo allí, en el medio, sentada en una silla de madera, con un micrófono en la cara. Pero más tranquila, quizá sólo con el miedo de mi propia timidez.

Salgo y mas preguntas sin cara. Me persiguen por las escaleras. Oigo que alguien habla del color de mi vestido y cuando salgo a la calle hay mil abejas persiguiéndome. Demasiado para mí, demasido agobio. Dejadme tranquila, no voy a decir nada.

Ya ha pasado todo y ahora mi cuerpo está cansado y me duele la cabeza.

Necesito una cerveza.