martes, 8 de septiembre de 2009

Recordatorio.

Buscando mis instintos, esos que debiera tener y no tengo, esos que harían de mi una mujer como es debido, esos que dicen que en la vida hay que tener algo más que zapatos y libros, me olvidé de cosas que siempre me causaron satisfacción. Buscando mi vena maternal, mi instinto de protección, me olvidé de proteger y cuidar lo que he sido. Quién te ha visto y quién te ve... Y no es que ahora pretenda cerrar los bares y caminar quince centímetros por encima del suelo, pero no puedo aspirar a olvidar lo que soy. Bastantes cosas me parece que he tenido que ir soltando en el camino, que si miro alrededor, a veces pienso que estoy a punto de conertirme en todo aquello que siempre he repudidado. Y estoy de acuerdo que a veces no queda otra que pasar por el aro, que por muy idealista que sea una, tiene que adaptarse a las nuevas situaciones para poder sobrevivir, pura selección natural. Pero no debo olvidar mi esencia. Esa que me hizo pelear, romper y llorar. Aquí estoy, con nueve kilos más, en un cuerpo que apenas reconozco, tratando de asumir que en breve mi vida cambiará para siempre, pero intentando acoplar aquello que siempre fui a la nueva situación. Un puzzle con piezas correctas que no terminan de encajar. Siempre odié los puzzles, me ponen muy nerviosa. Está claro que mi sueño de ser una gran cuentista cada vez está más lejos, pero tengo que recordar lo feliz que me hacía soñar...

Y aunque sea políticamente incorrecto, creo que no puedo evitar ser la que soy. Mujer por encima de todo, por encima de la maternidad y del amor. Áquella que vivía la vida con placer sexual, que tenía una mente libre llena de cosas a las que jamás nadie conseguirá acceder. A ver si consigo saber cómo se compagina esto con el olor dulzón de colonia de bebé...

Jamás me gustó estar encerrada, siempre lo odié.