sábado, 24 de julio de 2010

Frío de verano.

Hace calor, dijo mientras volvía a poner el aire acondicionado a bajo cero. Pero es que yo tengo frío, mira estoy envuelta en una manta. Es verano y hace calor, te aguantas. Total, qué más da, el frío no viene de fuera, viene de dentro. Así estamos, bajo cero, con las cortinas echadas para que no entre nada de luz que pueda descongelar el salón. Así estoy, con resaca de una noche de pelea de gallos, con dolor de cabeza y un chichón encima del ojo derecho. Pero seguramente también eso será mentira. Por lo visto en mi locura he llegado a un punto en el que no distingo la ficción de mi cabeza de la realidad de la suya. Y si no estoy loca aún, seguramente lo esté en cualquier momento. Me muero de frío... ¿Cómo contar esto de otra manera, sin caer en el victimismo ni en lugares comunes? Pero dicen que hace calor, lo ha dicho el hombre del tiempo en la tele, loca, no puedes tener frío. Y me hago más un ovillo, me enredo en mí misma para buscar un lugar seguro donde no haya gritos, ni insultos, ni golpes en la cabeza, donde alguien (yo misma) me abraza. Pienso en salir corriendo, pero no sé dónde, ni cómo, ya no estoy sola. Cierro los ojos y recreo mi escena, desnuda en una cama alta, mi espalda es acariciada y escucho sos un dulce... y me siento viva.

Abro los ojos, tengo hambre, podrías prepararme el almuerzo, por favor? Haré sopa, aunque sea verano.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Rencor

Durante toda su vida Ezequiel pensó que su madre no era más que aquella mujer que le preparaba la comida, casi siempre demasiado cruda para su gusto, y que se empeñaba en que se comiera ese famoso bizcocho que rara era la vez que no se quemaba en el horno. Nunca le prestó más atención que esa y la que no le quedaba más remedio cuando su padre gritaba y decía que no era más que una histérica, medio inútil, puta como ninguna y, por supuesto una enferma mental. Como ella jamás se callaba y alzaba aún más su voz, Ezequiel creyó que verdad su madre era así, por lo que no se sentía para nada orgulloso de ella y trataba de evitarla delante de muchas de sus amistades, no fuera a ser que le diera uno de esos ataques de ira y locura a los que su pobre padre no parecía acostumbrarse. O bien estaba tan acostumbrado que se moría de risa cada vez que la oía decir que se iba a ir, y esa vez para siempre y que ya la echaría de menos y le pediría que volviera, como aquella maldita vez, que si lo llega a saber...

Ezequiel siempre intuyó que su madre guardaba secretos, pero no sabía cuáles. En casa ella no tenía apenas intimidad, pero sí una especie de templo sagrado al que nadie entraba nada más que porque allí no podría haber nada interesante: una habitación con una estantería llena de libros y un armario pequeño y blanco. La mamá de Ezquiel de vez en cuando se encerraba en esa siniestra estancia con uno de los cuadernos que tenía en la cocina para anotar supuestas recetas que jamás nadie había comido en esa casa. Cosas de loca, pensaban. Podía pasar horas allí, a veces se la oía reir, otras llorar y otras caminar ruidosamente. Ezequiel jamás entró allí, total, para qué.

Un día que llevaba muchas horas solo vio la puerta de aquella habitación y sin saber muy bien porqué, entró. Allí estaba la inmensa estantería llena de libros y el armario blanco con una puerta entreabierta que invitaba a mirar... Y miró. Encontró mil pares de zapatos, de todos los colores, todos sexis zapatos de mujer, con tacones imposibles, zapatos de cabaretera, o de puta. No podía creer que semejante colección de zapatos pertenecieran a la misma persona, y menos a su madre, esa mujer que en casa caminaba descalza o, como mucho con unos calcetines viejos. Pero parecía que sí, eran de ella. Y en cada caja, anotada a modo de recodatorio, una fecha y una frase: "30/marzo/2006, tocando el cielo", "11/junio/2006, raptando a Europa", "03/ Enero/2007, bajada a los infiernos", "14/septiembre/2007, adiós maldito avión", "01/junio/2008 nunca jamás", "28/junio/2008, ¿sólo sexo?", "13/febrero/2009, arroz con queso", "15/marzo/2009, nunca más seré yo sola"... Y a partir de ahí, las novecientas noventa y dos restantes cajas, cada una una fecha pero la misma frase "no te perdonaré jamás".

Aún con la bocaza abierta, Ezequiel cerró la pueta de ese armario de mil cenicientas y tropezó con la estantería, agarró uno de aquellos libros, lo abrió y vio una dedicatoria del puño y letra del propio autor: "para mi hermosa walkiria que...". No quiso seguir leyendo, cerró el libro de un golpe y lo tiró al suelo, como si le quemara. Al azar cogió otro libro y de nuevo otra dedicatoria de otro autor: "Para X, que comparta siempre su alegría y su amor" ¿Alegría? ¿Qué alegría? Su madre no era alegre, ¡era una idiota!. Tercer libro, lo mismo: "no se puede conducir un Ferrari a 20 kms por hora, un beso..." Otro: "R O M A". Quiso ser Torquemada y hacer una hoguera con todos esos libros. Y de paso, con su madre, por hereje, por tener dedicatorias prohibidas en aburridos libros.

Ezequiel se sentó en el suelo. Junto a él, una enorme pila con todos los cuadernos que su madre usaba para escribir recetas de cocina que nunca le salían bien. Pensó que lo mejor que podía hacer es buscar la del dichoso bizcocho que se quemaba y recordar que su madre era una inútil y plantarle en la cara la temperatura correcta para que el bollo de marras saliera como dios manda. Abrió el primero. Sin duda era la letra de su madre, pero sin duda aquello no era una receta de cocina, era una especie de diario hecho con cuentos, algunos inacabados. Y se puso a leer. Leyó incluso cuando ya no había luz. Leyó historias de amor, de sexo puro, de soledad, de noches etílicas. Leyó que algo pasó pero no pudo entender qué. Los cien últimos cuadernos sólo tenían una frase repetida con la letra endemoniada de un demente, de su madre: "no te perdonaré jamás".

Tardó siete días en reaccionar, justo cuando su madre volvió a quemar el bizocho de la merienda. Se levantó, la miro en el centro justo de su mirada perdida, la abrazó y le dijo: "espero que a mí sí me perdones".

martes, 8 de septiembre de 2009

Recordatorio.

Buscando mis instintos, esos que debiera tener y no tengo, esos que harían de mi una mujer como es debido, esos que dicen que en la vida hay que tener algo más que zapatos y libros, me olvidé de cosas que siempre me causaron satisfacción. Buscando mi vena maternal, mi instinto de protección, me olvidé de proteger y cuidar lo que he sido. Quién te ha visto y quién te ve... Y no es que ahora pretenda cerrar los bares y caminar quince centímetros por encima del suelo, pero no puedo aspirar a olvidar lo que soy. Bastantes cosas me parece que he tenido que ir soltando en el camino, que si miro alrededor, a veces pienso que estoy a punto de conertirme en todo aquello que siempre he repudidado. Y estoy de acuerdo que a veces no queda otra que pasar por el aro, que por muy idealista que sea una, tiene que adaptarse a las nuevas situaciones para poder sobrevivir, pura selección natural. Pero no debo olvidar mi esencia. Esa que me hizo pelear, romper y llorar. Aquí estoy, con nueve kilos más, en un cuerpo que apenas reconozco, tratando de asumir que en breve mi vida cambiará para siempre, pero intentando acoplar aquello que siempre fui a la nueva situación. Un puzzle con piezas correctas que no terminan de encajar. Siempre odié los puzzles, me ponen muy nerviosa. Está claro que mi sueño de ser una gran cuentista cada vez está más lejos, pero tengo que recordar lo feliz que me hacía soñar...

Y aunque sea políticamente incorrecto, creo que no puedo evitar ser la que soy. Mujer por encima de todo, por encima de la maternidad y del amor. Áquella que vivía la vida con placer sexual, que tenía una mente libre llena de cosas a las que jamás nadie conseguirá acceder. A ver si consigo saber cómo se compagina esto con el olor dulzón de colonia de bebé...

Jamás me gustó estar encerrada, siempre lo odié.

viernes, 15 de mayo de 2009

Sobre la felicidad y el amor

La felicidad reside en un colchón pequeñito en el suelo de una habitación pequeñita. El amor es un sentimiento horizontal. Y vertical y espiral.

La felicidad es una merienda con fresas en la cuneta de una carretera secundaria francesa. El amor tiene sabor dulce y ácido en la boca. Y en el corazón.

La felicidad es una sopa de arroz con queso una noche inesperada. El amor es un sentimiento que hay que tomar caliente, muy caliente. Y jamás dejar que se enfríe, ni recalentarlo.

La felicidad es una rayita rosa de nueva vida. El amor es el ingrediente secreto que hace que el milagro se produzca, un secreto de alquimista.

Hoy dije, juntos somos indestructibles, somos especiales. Desde que tú me hablaste del milagro no he vuelto a dar nada por perdido, aunque a veces tenga la tentación de rendirme. No quiero hacerlo.

La felicidad es planear con amor muchos más momentos felices. Saber que siempre seremos los mismos.

domingo, 10 de mayo de 2009

Las manzanas caen.

A partir de ahora voy a hacer las cosas como quieres que las haga. Y como quieres que las haga tú también, y tú. Creo que no merece tanto la pena luchar por una batalla perdida. Me cuesta siempre mucho no decir lo que pienso, lo que siento y como lo siento, todavía mucho más en estos momentos en que mi cuerpo cambia a diario y no soy más que un atajo de hormonas que juegan en la montaña rusa. Pero haré las cosas como supuestamente debo hacerlas y todos mucho más contentos. Tú, yo, mi jefa, yo, el mundo, ¿yo?. De todas maneras creo que actualmente pedir lo que necesito sólo sirve para empeorar las cosas y que yo termine más nerviosa. Renunciaré a lo que siempre he creído mi camino correcto. Lo mismo es cierto que no estoy en lo cierto.

A ver lo que dura. Porque las cosas caen sobre su propio peso normalmente, como las manzanas maduras.

Esta vez todo es más difícil. Porque no estoy sola y tengo que velar por mi bebé. No puedo permitir que le pase nada, demasiado le he hecho ya intentando traerlo al mundo en estas condiciones. No le puedo fallar, no puede ser culpable de mis errores. Ahora todo es distinto. Mi cuerpo es distinto, mi estado de ánimo es distinto, mi mente es distinta. Me agobia y me asusta que sea así, pero sólo puedo ir hacia delante. Me asaltan pensamientos horribles que me niego a reconocer. Sólo sé que todo el mundo dice que esta es la etapa más feliz de la vida y de la mía no está siendo. Sólo siento agobio y ahogo. Y una gran culpabilidad por no sentirme feliz, porque seguramente soy una mala madre incluso antes de llegar a serlo. Sólo sé y jamás reconoceré que en un momento pensé que había arruinado mi vida por completo. Pero yo quiero a mi hijito no nato, mucho, mucho más que a la mayoría de los nacidos que están a mi alrededor. Y no sé si sabré hacérselo llegar. Vaya madre te ha tocado, una que se agobia porque le crece la tripa, una que se pone triste por cualquier cosa y que no tiene ni para mantenerse así misma. Espero que me ayudes a cambiar y a ser mejor. Y a dejar de cometer errores garrafales.

Yo, a partir de ahora, os doy la razón. Callada y veladamente, pero os la doy. Teníais razón siempre, aunque me empeñe en disfrazar la realidad y hablar de una vida que transcurre en un universo paralelo, no en este. Yo, Lotte, os doy la razón, porque siempre la tuvisteis.

La suerte cambiará el día menos pensado. Las manzanas caerán por su propio peso. Seremos felices, seguro.

Sólo espero que algún día me perdones por mi mala cabeza. Por no traerte a este mundo en otras circunstancias, por no poderte ofrecer nada mejor, por rendirme. Por tener que acabar dando la razón. No malinterpretes mis agobios y mis sentimientos raros, yo te quiero.

miércoles, 18 de marzo de 2009

También somos lindas

Hoy he leído tu diario, queridísima hermana. Es curioso, pero muchas veces los demás nos ven muy distintos a lo que nosotros mismos nos vemos. Me temo que me pasa a mí, y que te pasa a ti. Gracias por haberme dado esta oportunidad. Creo que te he estado haciendo mucho daño sin darme yo cuenta. No sabía que me necesitaras tanto. Siempre te vi tan grande, tan segura, tan inteligente, que nunca pensé que yo pudiera hacer algo por ti. Siempre te admiré y, debo admitirlo, te envidié. Desde que éramos pequeñas. ¿Cómo podía imaginarlo si eras tú la que me defendía de los niños del parque, en vez de hacerlo yo contigo, que para algo era tu hermana mayor? No trato de justificarme, sólo quiero que perdones mi falta de atención a las señales.

Puede que sí sea bastante descuidada con mi alrededor. No me pasa sólo contigo, aunque contigo sea imperdonable y con otros no. Pensé que sabías de mi tendencia al ostracismo y que no lo hago por egoísmo ni por falta de interés. A veces las situaciones me sobrepasan y no me gusta contar mis malas experiencias. Perdona por hacerte daño. Siempre pensé que seguramente todos mis problemas a ti te parecieran tonterías, porque yo le doy mil vueltas a la cabeza a las cosas más tontas. Ya no será así. He sido injusta, más cuando sé que tú nunca me juzgarías. Y esto lo digo con completa certeza.

Sí, soy fuerte, pero no tanto como tú crees. He salido sola de muchas y me he sorprendido yo misma de hacerlo. Pero la verdad es que muchas veces estoy muerta de miedo. Y cuando no lo estoy, es porque actúo como una verdadera kamikaze, no por fortaleza.

Nunca he pensado que fueras aburrida, ni sosa, ni nada por el estilo. Una de las mejores cosas que me ha dado la vida es poder reírme contigo. Y siempre nos hemos reído juntas! Aprenderé a expresarme mejor contigo.

Hace tan sólo dos días que sé que ahora soy dos. En la primera persona que pensé fue en ti. Sabía que te pondrías muy contenta y que te desvivirías. Estoy feliz de tenerte.

Nosotras también somos lindas, juntas lindísimas. Gracias por todo Feti. Churu y yo te queremos muchísimo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Autobombo II

Este es el enlace del relato que me han publicado. Si lo lee mucha gente, llegará a formar parte de un libro de viajes. La mitad de los beneficios irá a la lucha contra el cáncer de mama.
http://w3.oneplanettravel.com/relatos/?p=110