jueves, 9 de diciembre de 2010

28 Noviembre 1996

Me miro los pies. Tengo puestos unos botines negros de cordones, bastante masculinos y bastante cómodos, últimamente no me calzo otra cosa. Pero estoy deseando quitármelos, mi reino por estar descalza. Ojalá se vaya de aquí ya toda esta gente, este millón de cuerpos sin cara y sin nombre, aún siguen en mi salón y ya no me acuerdo de ellos. Está bien, agradezco el gesto, somos todos tan educados: ellos por venir y yo por no descalzarme. Pero no miro a nadie, sólo mis pies, sólo sigo con los ojos el recorrido de la lazada que me ata a ellos.

Hoy llegué más tarde a casa, pero fui buena, comí y dejé un mensaje en el contestador. El día ha sido raro. A primera hora no me sentía muy bien y contestaba todas las preguntas, cosa rara en mí. Sé que me preguntaré toda la vida si los tiempos coincidieron. Nunca lo sabré. Luego me perdí en el día y nadie pudo localizarme, como siempre, nunca nadie me localiza, vaya superpoder más raro tengo. "Estoy bien, no os preocupéis", qué paradoja.

La puerta está abierta. Qué raro... Mamá está fuera. Me mira. Me abraza. Sólo tres palabras: "No hubo suerte", no hizo falta más y yo paso derrumbando, golpeando y pisando a toda esa cantidad de cuerpos extrañamente conocidos que quieren tocarme. No sabía que el pasillo maldito fuera tan largo, pero llego a mi cuarto, que aún no es rojo, y me estrello contra la cama a llorar. No sé si me oyen o no, si está bien o mal, pero lloro con una fuerza brutal, ancestral, lloro por mí y por todos no sé cuánto tiempo. Mi cabeza me grita "tienes que ser fuerte", me levanto, me seco las lágrimas y salgo. Saludo a todos sin excepción, soy una señorita de pro, y me siento en el sofá.

Ya no voy a recordar nada más. Quiero quitarme mis queridos botines cuanto antes. Hay gente que se va, pero llega más. Ya ni me levanto. Sólo miro mis pies, encerrados, que muevo de vez en cuando para ser más consciente de ellos y para evitar que se duerman y ya no sentir definitivamente nada. Me alegro de no despedirme, no voy a hacerlo nunca, me alegro de tener cosas pendientes. Ya no lo soporto más, me aprietan los pies.

Es raro, mi padre acaba de morir y yo sólo pienso en descalzarme.

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